Ventanas se abrían entre el viento, los postigos
dibujaban las ráfagas, frescas, como gargantas de gente callada, que miraban el
cielo nublado como un mar, que rompe sobre irises enfriándolos.
Así las olas, que llevan la paciencia de lo inerte y moldea a su antojo las
piedras más duras, que juntan del mar toda la fuerza. O el raso viento del
desierto que conduce a los granos de arena con aparente desorden para dibujar
remolinos en el espacio. Más conozco la brisa de invierno, que es amiga del
raso viento del desierto, pero más fría, pero más suave, pero más cómplice,
porque me hace cosquillas en la piel, y la eriza.
Dibuja caminos en la tierra, la historia como arado formando los cuerpos,
contornos humanos y terrestres. Se encuentran en esquinas silenciosas,
condensándose en barro de todos con el vértigo del viento en el fondo de la
boca, los pies se estiran, los cuellos ladean sus cabezas, creando las curvas
de un pensamiento nuevo.
Entrelazando conciencia, se abren a una forma de encontrarse, en una dimensión
oculta para otras mentes. Los cuerpos entienden como es la danza, y como es la
naturaleza del espacio. Capaces ahora de beber el éter de lo antiguo, para
renacer. Entre otros entes, caballos, caracoles que resbalan entre las manos,
si somos lo suficientemente fuertes, como para romper con lo establecido y
encontrar esa libertad tan anhelada. Como el tiempo se percató de su accionar, y
fue tomando una extraña forma, mutaba y se reinventaba a cada instante. Entre
azules se lavaron los espejos, revolotean las esperanzas entre la harina del
pan, hago foco en tus cejas, pero con el borboteo de una risa me apagas, volvemos
a dar vueltas entre el pasto que da vueltas también, a nuestro alrededor. La
magia de las tardes de sol es un misterio, y más en primavera, que lleva en el
aire eso olor a esperanza, eso olor que inunda el olfato, pero también inunda
el cuerpo, que me arrebata las lágrimas y las cambian por un suspiro, y me
proyectan un futuro pero me muestra una película del pasado. Actantes que, como
mantras, se repiten una y otra vez, figuras al costado de un río, mirando las
costillas estirarse ingenuamente, y como una flecha el rabillo de un ojo se
clava en otro. Como mis ojos se clavaron en los tuyos, y de alguna manera los
apresaron, sin saberlo. ¿Qué tendrían esos ojos?, me preguntaría más tarde.
Hablabas un lenguaje extraño, yo trataba de comprender, pero no era una tarea
sencilla, venía de un lugar de locos que le saltan a la música. Y vos eras
suavidad, y tus labios que me decían, y después la luna desaparecía.
El reflejo entre las piedras, el viento de arena se cuela entre los ojos, se
tropieza entre pómulos gesticulando opiniones, pero un gesto trae el mar,
clarifica, se torna vino entre la garganta. Luego se vuelve sangre, que
emborracha la pena, que envenena la calma, se convierte en pasaje, y te envía
en algún viaje, a las puertas del placer o se hace ilusión y te despedaza.
(cadáver exquisito - con A. a-versos.blogspot.com.ar)
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